Al ser un capítulo "cortito" he decidido publicarlo aquí para que podáis leerlo y de paso, si os apetece, comentarme que es lo que os parece. Os estaría muy agradecido, de verdad. He de decir que es la primera redacción del capitulo, seguramente sufra muchas correcciones y modificaciones, pero la idea principal es esta:
Capítulo 25
Martes
por la mañana 11:00 (David)
Andréi, todavía dormía sobre el rancio colchón de una vieja
cama en una destartalada habitación del piso superior de la parcela, cuando
Alex le sobresalto con un puntapié en la pantorrilla de la pierna que le había
quedado colgando sin llegar a tocar el suelo, lo despertó. Este se vio obligado
a arrugar la nariz al inhalar el penetrante olor a humanidad en aquella
estancia. «¿Cuánto tiempo llevará sin ducharte este maldito hijo de puta?» Se
preguntó mientras a modo de venganza, y con su compañero ya despierto, le
propinó otra patada.
— ¿Qué coño haces? — Andréi se incorporó de la cama
rascándose la cabeza mirando con el gesto torcido a Alex sin comprender que
estaba pasando.
— Me tengo que ir un momento. Estate pendiente del chico.
— ¿Dónde vas?
— Eso a ti no te importa.
— Sí que me importa — el cansancio reflejado en su rostro
desapareció —. Desde que trabajo contigo tiene que importarme.
— Tengo que pasar un momento por — se masajeó la cara con
suavidad — casa.— el gesto se le ensombreció a medida que la coraza de hombre
duro e implacable se caía a pedazos rompiendo aquella fachada inexpugnable de
hombre frío y calculador.
Andréi asintió sin decir nada. No recordaba haberle visto
nunca tan afectado. Algo grave le ocurría. ¿Problemas con algún socio? ¿Algún
familiar quizá? Quiso quitarse todas aquellas dudas de encima enseguida, era
algo que no le concernía a él, pero, en cierto modo, podrían afectarle. —De
acuerdo. No te preocupes. Yo me hago cargo del chico. — dijo con la voz todavía
somnolienta.
Alex asintió intentando poner su mejor cara y desapareció
escaleras abajo dando un fuerte portazo al salir de allí.
David se irguió levantando la ensangrentada cabeza abriendo
los ojos como platos. El ruido de la puerta lo trajo de vuelta al mundo real.
La sien empezó a golpearle fuerte en cada latido de su corazón. El vaho saliendo
de su boca en cada exhalación y el bello erizado eran indicios inequívocos del
temor a la llegada de una nueva paliza.
El frío y el miedo se habían aliado con todos y cada uno de
los músculos del cuerpo del joven para que no dejaran de temblar. Estos
empeoraron con el entumecimiento del cuerpo débil, cansado y demacrado de David
a medida que pasaban las horas.
Desorientado, no supo adivinar cuantos días llevaba en aquel
maldito agujero. Desconocía si en el exterior brillaba el sol, si no lo hacía,
si llovía, si tronaba, si se había acabado el mundo. Estaba totalmente aislado
de todo y lo peor es que había perdido la noción del tiempo. Se derrumbó al
darse cuenta que posiblemente ya hubiera pasado la fecha de su cumpleaños. Fue
entonces cuando se acordó de su familia. ¿Cómo estaban sus padres? ¿Cómo lo
estarían pasando? ¿Le estaban buscando?, y su hermana, ¿Estaría bien? Lo peor
fue acordarse de su abuela, la única que le quedaba en vida y a la que echaba
muchísimo de menos. Las lágrimas cayeron libremente por sus mejillas como si de
un tobogán se tratase. No hizo nada para reprimirlas, es más, no quiso hacerlo.
Necesitaba desahogarse, liberar todo ese estrés, rabia e impotencia que
recorría su cuerpo desde el momento en el que lo inmovilizaron en aquella
maldita silla que ya le estaba haciendo llaga en las nalgas.
De repente, el inconfundible sonido del candado de la puerta
liberándose hizo que David dejara de pensar y se centrara en lo que estaba a punto
de acontecer. Ya que sabía que cada vez que ese candado se abría era para
hacerle sufrir. Así que en un intento desesperado por qué aquel no fuera otro
rato de tortura gratuita, decidió dejar caer su cuerpo hacia atrás con la
cabeza girada mirando a las escaleras y los ojos cerrados. Hizo un esfuerzo
para salivar lo suficiente para generar baba y dejarla escapar por la comisura
del labio intentando aparentar estar durmiendo. La imagen era grotesca, ya que
los labios y encías las tenía ensangrentadas a causa de las palizas recibidas
en los últimos tres días. La cara del chico, en aquel momento era
irreconocible.
Cuando la puerta se abrió, Andréi no pudo reprimir la arcada
que le produjo el hedor que desprendía aquel maldito agujero. Era una mezcla de
olor a heces, orín, sudor y humedad dentro de la minúscula habitación donde
tenían retenido en contra de su voluntad a aquel pobre muchacho.
«No hay derecho a esto» se dijo a sí mismo bajando con
cuidado cada uno de los escalones que le separaban del suelo a la vez que se
tapaba la boca con la mano haciendo pinza con sus dedos en la nariz.
Cada paso que daba Andréi retumbaba en la cabeza del muchacho
como si se tratase de una manada de elefantes corriendo ferozmente hacia él
para volver a aplastarlo una vez más. Los espasmos involuntarios por el miedo
impidieron a David permanecer todo lo quieto que le hubiera gustado. Pero el
recuerdo de la última paliza todavía estaba muy vivo. Y el dolor también.
Sin previo aviso, los pasos dejaron de descender, quedándose
inmóviles. Se habían acabado los escalones. David supo enseguida que lo tenía
al lado, podía oler la ropa impregnada de alcohol y tabaco de aquel hijo de
puta. Dos aromas más que añadir al ecosistema que se había generado en aquel
lugar.
Andréi, plantado frente al muchacho, lo observaba con
tranquilidad, rodeándolo, de izquierda a derecha. Por delante, por detrás.
Negaba con la cabeza. Su estado de salud a simple vista había empeorado desde
la última vez que estuvo allí bajo. Se detuvo junto a él poniéndose en
cuclillas, para estar a la altura de su cabeza. Llevo la mano a la barbilla con
cuidado y la sujeto alzándole la cara hacia él. David acentuó su temblor
rompiéndose de miedo una vez más. Por quinta vez en los últimos dos días,
volvió a notar como su entrepierna se humedecía de nuevo.
— Mírame.
David abrió los ojos.
— ¿Tienes hambre?
David fue incapaz de articular palabra. Empezó a cabecear con
energía de manera afirmativa rompiendo a llorar desconsoladamente. La
respiración, entrecortada, daba fe de la necesidad de ingesta que tenía el
pobre chico después de cinco días en ayuno.
— Enseguida vuelvo.